miércoles, 17 de septiembre de 2008

Maestros, ¿victimarios o víctimas?


Escrito por Adrián Rojas Muñoz

A la luz de los resultados, parece que no fue del todo inteligente la idea gubernamental de confrontar a un segmento de paterfamilias, empresarios y líderes sindicales progobiernistas, con los maestros que mantienen un movimiento de protesta desde hace varios días y han dejado a todo Morelos sin clases en las escuelas públicas.
Lejos de acotar el lío y hacer que los mentores recularan, éstos se han visto fortalecidos y han obtenido el apoyo de organizaciones de otra naturaleza, de tal suerte que hoy el conflicto magisterial va en ascenso y no se ve por donde pueda llegar una solución que a todos satisfaga.
Es cierto que entre la opinión pública local las opiniones están divididas, pues a nadie gustan las cierres de calles, que dejen a los niños sin clases y que pueda mantenerse intocado el cuestionado derecho a la herencia de plazas o, peor aún, a su venta por dinero o por “cuerpo”, como dijera el propio gobernador Marco Adame.
Sin embargo, los ataques al magisterio tienen el sello del gobierno. Para nadie es un secreto la filia azul de quienes manejan la Asociación de Padres de Familia y el fantasmagórico Movimiento Ciudadano por el Diálogo y la Paz.
Tales ataques han logrado colocar a los maestros en calidad de víctimas del sistema, dejando de lado la polémica sobre la validez o invalidez de los argumentos que los llevaron a las calles, de tal manera que el movimiento se advierte hoy legitimado y será difícil que se le borre de un plumazo, con amenazas de alguna lideresa o declaración de un dirigente sindical.
Esa postura apunta más bien a la posibilidad de enfrentamientos que serían caldos de cultivo para llevar el asunto ya de manera descarada al terreno político y hacer que los maestros incluyeran entre sus demandas la caída de funcionarios de más alto nivel.
Quizás entre los actuales responsables de tratar el conflicto desde la esfera gubernamental, no hay registro de la resistencia y combatividad de los maestros morelenses. Pero quienes recuerdan los tiempos de la huelga general de principios de los 80, con los grandes avatares que sufrió el finado César Uscanga Uscanga, seguramente ven con reserva o con temor la forma como se intenta dar fin a la protesta magisterial.
No se trata, tampoco, de pedir que el gobierno ceda sin chistar a las pretensiones de los docentes, ni que ceje en su demanda de que se reabran las escuelas y retornen los niños a clases.
Tampoco desestimamos las quejas sustentadas de los comerciantes, transportistas y demás prestadores de servicios que ven mermados sus ingresos a causa del bloqueo de calles y el caos vial, ni de las de los ciudadanos ordinarios que ven alterados sus planes simplemente porque no son libres de transitar por donde les plazca para hacer lo que les convenga.
El movimiento magisterial nos involucra a todos y cada uno tiene sus razones para estar a favor o en contra, pero la conclusión innegable es que urge establecer las bases para encontrar una solución, y éstas sólo se encontrarán por la vía del diálogo, no de la cerrazón y menos de la confrontación.

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